Cuando Joyce conoció a Giordano Bruno
De Enrico Terrino
El escritor irlandés estaba en Campo de 'Fiori aquel 17 de febrero de 1907 cuando recordó la hoguera del filósofo. En Roma se alojó en Tor di Nona, donde se encontraban las prisiones del Papa en el siglo XVII. Y fue en la capital donde pensó en Ulises, donde se descubren muchas sugerencias de Nolano
Roma, domingo 17 de febrero de 1907. Joyce sale de casa en via Monte Brianzo n. 51, a cien metros del actual teatro Tor di Nona. Va al Campo de 'Fiori para asistir a la manifestación en memoria del incendio de Giordano Bruno, el Nolan, quemado allí 307 años antes. El evento es recordado por su fuerte acento anticlerical, y también se realizaron importantes celebraciones en otras ciudades del Reino de Italia. Perugia, por ejemplo, donde ese mismo día se colocó una placa frente a la Iglesia de San Domenico -Bruno había sido un fraile dominico- que todavía dice:
"Giordano Bruno / que en el examen de lo absoluto / se opuso a la dogmática filosófica / anticipando victorioso los tiempos / encuentra en esta plaza / donde / reinaron sus verdugos / glorificación y recuerdo / Fiestas populares posadas / 17 de febrero de 1907".
Ese mismo día, pero de 1600, al amanecer, a tiro de piedra de la futura casa de Joyce, el filósofo de Nola había salido de las Cárceles de Tor di Nona -las "presone del papa", como las llamaban- para ser llevado desnudo a un carro, con la lengua en una empuñadura de madera para evitar que hablara, hasta la hoguera fatal, instalada en un lugar no lejos de Campo de 'Fiori.
La razón por la que el joven irlandés, de tan solo veinticinco años, se encontró viviendo tan cerca de la última casa de su primer mentor, es una coincidencia; quizás. Es cierto que menos de cuatro años antes había publicado en el Daily Express -el 30 de octubre de 1903- una reseña de un buen libro de Lewis McIntyre sobre Bruno en el que, al final del apartado biográfico, en el capítulo relativo a a las últimas horas del Nolan, leemos: «[él] fue a la prisión de la Torre de la Nona».
Al igual que Bruno, Joyce tenía una memoria poderosa, casi infalible. Así lo demuestra su obra maestra, Ulises, un mapa real de la capital irlandesa, a partir del cual se podría haber reconstruido la ciudad misma, se jactaba, si por alguna razón hubiera sido arrasada hasta los cimientos. Probablemente debió reconocer algún eco y parecido, el irlandés, entre aquella Torre de Nona y nuestro Tor di Nona. O tal vez no. Quién puede decir; y entonces importa?
Digamos que sí, y digamos que este escritor con una gran capacidad mnemotécnica y epifánica, capaz de transformar los detalles insignificantes en revelaciones, ha asignado algún interés simbólico a su temporal residencia romana. Repasemos un poco de su historia en la capital.
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